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“El puro se ha fumado y nosotros somos la ceniza”

Anthony Trollope

Solo quienes han estado en La Habana pueden comprender realmente lo que significa fumar en La Habana.
Pueden, porque no es automático: se necesita ese mínimo de cultura, sensibilidad y pasión que ciertamente no les falta a quienes me leen en este grupo.
A los que ya estuvieron allí, quisiera despertarles algunos recuerdos agradables y quizás un poco de nostalgia; a aquellos que aún no han hecho el gran viaje, me gustaría brindar mi pequeña contribución para convencerlos a partir y a comprender plenamente la obviedad de mi íncipit.

Estuve en Cuba por primera vez en 2009. No hace muchos años, pero parece que ha pasado un siglo por las dos habituales razones por las que así nos parece cuando regresamos a un lugar visitado en el pasado: él ha cambiado y nosotros también. En 2009 Internet era prácticamente inexistente, las casas particulares se encontraban gracias a quien corriera la voz, los restaurantes casi todos eran estatales, y eran muy pocos los locales.
Yo era un fumador novato que acababa de recibir un diploma de Catador y debía casarme en unos meses: ¿qué mejor regalo que un viaje a Cuba?
Compañeros más experimentados, en mi primera prueba de “compartir”, me habían puesto en el bolsillo el nombre y el número de teléfono de un tipo con un paquete de “vista previa” de las Ediciones Limitadas de ese año. Todavía me quedan algunos duques de Romeo y Julieta, e hice bien en quedármelos porque ahora al menos sé cuáles son. Había ido a su casa, no lejos del Malecón; tenía una habitación que era un punto clandestino de internet con gente entrando y saliendo, y al final también había llegado mi “paquete”, un pequeño contenedor con riesgo de arresto ya que contrabandeé para muchos.

Uno de los primeros recuerdos de mi pasión por los puros en La Habana fue en esa sala escondida, con una magnum 48 que por supuesto no debía estar allí, como probablemente nada y ninguno de los que estaban presentes; escuché las historias juveniles de mi anfitrión sobre la recolección de tabaco mientras él miraba sus ya viejos monitores, y la brisa del mar que entraba por las ventanas trataba de despejar la niebla de nuestros puros.

En La Habana hay 9 Casas Del Habano. No es importante visitarlas todas. Tengo mis favoritas, fruto del gusto y la costumbre, y sobre todo tengo muchos lugares distintos a los que vuelvo cada vez para saborear sus olores y sensaciones, con la ilusión de que el tiempo no haya pasado. Por supuesto, podría decirte lo que todo el mundo te diría, hay lugares que son un “must”, el equivalente cubano para un fumador del Coliseo de Roma o la Piazza San Marco de Venecia: las arcadas del Hotel Nacional donde, especialmente durante festivales, siempre puedes estar seguro de encontrar algunos fans con quienes compartir la velada; el Partagas Vip Lounge (esperemos que vuelva a subir y que el nuevo esté a la altura) donde pronto serán recibidos como amigos; el Conde de Villanueva, con su ambiente de bar de deportes americano y su sabor a aquella Cuba de antaño; las tardes del bar Monserrate y sus mesas con vista a la calle llenas de mojitos, sus ventanas semi-abiertas y la música de su orquesta siempre en acción. Podría continuar con los ejemplos, pero en realidad lo que me gusta de fumar en La Habana es que puedes hacerlo simplemente caminando por la calle, quizás en lugares menos transitados. Al fin y al cabo, el puro, un poco como todos nosotros, es una expresión de su lugar de origen y absorbe el calor, la humedad y el aire salado, el sentido del tiempo que a menudo se expande para acomodar las pocas cosas que debemos hacer, en vez de contener los muchas cosas que solemos imponernos. El puro, es también una proyección de nosotros mismos: no hay mejor lugar que La Habana para completarnos ya sea en una versión dandy con sombrero Panamá y camisa de lino, tanto como en una versión pseudo macho en camiseta blanca sin mangas y pantuflas andrajosas.

A veces esta “normalidad” que ya es mucho decir, también nos puede dar alguna experiencia inolvidable.
Como me sucedió una mañana, en Centro Habana, cuando metí la nariz con mi puro en boca a lo que me pareció algo así como un garaje o una cueva, en un lugar donde no debía haber estado ni una cosa ni la otra. Un hombre me detuvo rápidamente, y luego descubrí que era un escultor y que aquel lugar no era otra cosa que un taller. En un momento me encontré allí: sentado en un círculo de sillas con sus amigos y sus historias de diligencias asombrosas por toda la isla, en esa convivencia cubana iluminada por el ron si es un buen día y lo hay. Yo fumaba un open master, que solo fumo en La Habana, porque allí me gusta fumarlo, y no me pregunten por qué; porque no lo entendemos pero así lo sentimos, y porque todo lo que pasa es porque conviene ya que un día encontré la línea Master en La Habana reconociéndola durante la final de la HWC.

En otra ocasión, en cambio, estaba con Aurelio, volviendo de un viaje de caza (de puros, claro …) y escuchando música que venía de un balcón, subimos al apartamento; pidiendo permiso con humildad, y nos encontramos en medio de un “tambor”, la ofrenda votiva a los santos de la santería.
En otras ocasiones, también se pueden preparar experiencias, con el riesgo de destruir para siempre la propia objetividad de los presuntos expertos. Para mí, el Robusto Supremo 2014 de Cohíba siempre será un puro extraordinario porque lo encendí por primera vez desde una mesa de primera fila en el Tropicana, en una noche brillante con todos los colores de los trajes de bailarinas que tenía literalmente bajo mis narices.

No, a Cuba no vayas para una sesión de análisis sensorial o una cata técnica. Para eso es suficiente solo tu casa, un vaso de agua, una plantilla GustoTabacco y un poco de entrenamiento.
Pero, ¿estás seguro de que realmente entendiste el puro que estás fumando? ¿Estás seguro de que te ayudaría a hacer lo que debería hacer mejor? Fumar un puro no es solo fumar un puro, sino también entendernos un poco más a nosotros mismos.

traduccion Zulema Taquechel

 

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